Corría el año 1914 y Europa se encontraba dividida en dos bloques, que ya se vislumbraban irreconciliables. Un terrorista disparó al heredero del Imperio Austrohúngaro y a su mujer en Sarajevo. Sus muertes fueron las primeras en un conflicto que acabó con la vida de millones de personas y que fue el origen de la Gran Guerra que cambió el mundo.
Ha pasado más de un siglo desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, que marca también el comienzo de la novela La memoria de los pasos. En el verano de 1914, nuestro protagonista viaja al otro lado del Océano, dejando tras de sí una Europa que daba los primeros pasos hacia el mayor conflicto armado que había vivido la humanidad. Hasta 1939, por motivos obvios, fue conocida con el sobrenombre de la Gran Guerra, lo que nos da idea de las dimensiones que alcanzó, no solo por su coste humano y material, sino también en el imaginario colectivo de la época. Después de ella, nada volvería a ser igual.
Con anterioridad al detonante de la Guerra, el asesinato del archiduque Francisco Fernando, el clima político en Europa se había convertido en una olla exprés que estaba a punto de estallar. El imperialismo de las potencias europeas, que se disputaban grandes territorios en Asia y África, llevaba muchos años enfrentando a estos países. A ello, debe sumarse el auge de los nacionalismos en el Viejo Continente.
Con estos dos factores como trasfondo, el incremento del poder militar y un aumento exponencial de la carrera armamentística, los principales países europeos se polarizaron en dos frentes. De un lado, se situaba la Triple Alianza que conformaban el Imperio Austrohúngaro, Alemania e Italia (aunque éste último país cambiaría de bando durante la Guerra). Frente a ella, la Triple Entente compuesta por Francia, Rusia, Gran Bretaña e Irlanda.
Un altercado aislado, lo suficientemente relevante como para impactar en la política internacional europea, podría acabar con este débil equilibrio y desembocar en una escalada bélica sin precedentes. Y sucedió el 28 de junio de 1914. El archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austrohúngaro, se encontraba de visita oficial en Bosnia junto con su esposa Sofía, que estaba embarazada. En un paseo en automóvil por Sarajevo, integrantes de la organización terrorista serbia la Mano Negra atentan contra su vehículo. Primero, lanzan una bomba que causa varios heridos y cuando el archiduque se dirige al hospital a visitarles, otro de los terroristas dispara dos veces su arma, causando la muerte al heredero del Imperio y a su esposa.
Las reacciones fueron inmediatas. Austrohungría declaró la guerra a Serbia. Rusia salió pronto en la defensa de sus aliados eslavos y declaró igualmente la guerra al Imperio Austrohúngaro. Rápidamente, los países europeos y sus colonias fueron tomando posiciones en ambos bandos. La guerra se había convertido en un conflicto intercontinental de consecuencias dramáticas. Entre 10 y 30 millones de fallecidos, ciudades bombardeadas, campos arrasados y el temor generalizado de que acontecimientos tan terribles pudieran volver a repetirse.
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