Hoy no solo viajamos a un lugar increíble. Hoy haremos un viaje de casi dos mil años atrás en el tiempo. Concretamente, al 24 de agosto del año 79, cuando se produjo una de las mayores tragedias de la Historia de Europa. El Vesubio, el gran volcán que preside la bahía de Nápoles, entró en erupción arrasando importantes ciudades del Imperio Romano a su paso y, aunque suene contradictorio, preservando sus restos para la posteridad bajo la ceniza y el material piroclástico. Estas ciudades son principalmente Herculano y, sobre todo, Pompeya.
Durante los días previos a la catástrofe, varios temblores sísmicos sacudieron la zona, pero los romanos, acostumbrados a los movimientos tectónicos del lugar y con poco conocimiento sobre el fenómeno del vulcanismo, no pudieron ver las señales de alerta que precedieron al despertar del Vesubio. La erupción duró 19 horas, con una potencia devastadora equivalente a la energía térmica liberada por la explosión de 50.000 bombas atómicas. Los gases tóxicos y la ceniza oscurecieron el cielo. El suelo temblaba y un tsunami barrió la costa. Sorprendió a los habitantes de las poblaciones cercanas y provocó un infierno de tres días, que acabó sepultándolos bajo varios metros de material volcánico.
Pompeya era una ciudad floreciente y cosmopolita, habitada por más de veinte mil personas. Se estima que más de un diez por ciento de esta población no pudo escapar de la ciudad y pereció bajo las cenizas del Vesubio. En ella, había numerosos establecimientos de todo tipo, lugares de recreo, templos y varias termas. Sus habitantes vivían de la agricultura, pero también del comercio. Algunos de sus ciudadanos residían en lujosas viviendas, que tras la catástrofe quedaron “congeladas” en el tiempo. Durante varios siglos se asumió que Pompeya y su vecina Herculano se habían perdido para siempre. Pero en 1550, mientras se realizaban unas obras en el curso del río Sarno, el arquitecto Fontana encontró las ruinas de la ciudad, aunque las excavaciones no se iniciarían hasta la segunda mitad del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III de España (y VII de Nápoles), quien también las patrocinó.
En estos doscientos cincuenta años de trabajos en el yacimiento se ha descubierto una parte importante de la ciudad, aunque aún quedan varios sectores por excavar. La población tiene un extenso centro urbano de 66 hectáreas, por lo que deberás organizar bien tu visita si no quieres perderte algunos espacios importantes. Para echarte una mano, a continuación, te contamos cuáles son los lugares imprescindibles en tu viaje a Pompeya.
El Foro. Era el corazón de la vida pública y comercial de la ciudad, como en el resto de ciudades romanas. Estamos ante un amplio espacio abierto rectangular y columnado en tres flancos. En el otro, encontramos el Templo de Júpiter. Los principales edificios públicos de Pompeya se encontraban aquí. El espacio central estaba pavimentado y decorado con estatuas conmemorativas del emperador, su familia y ciudadanos destacados. Los vendedores también utilizaban este espacio para hacer sus negocios. También en este lugar se exponían tablillas con noticias, anuncios o reclamaciones. El acceso, que estaba prohibido para los carruajes, se realizaba a través de una gran puerta de bronce.
Teatro Grande y Teatro Pequeño. Los dos teatros pompeyanos se sitúan muy próximos el uno del otro. El Teatro Grande fue construido siguiendo las directrices griegas, aprovechando la pendiente natural de una colina, con un graderío de mármol y escenario con las tres puertas clásicas de entrada para actores. El Teatro Pequeño, también llamado Odeón, se destinaba a la música y la poesía. Arquitectónicamente, era un edificio puramente romano.
Cuadriportico de los Gladiadores. Anexo al Teatro Grande, se encontraba este cuadripórtico, que albergaba las casetas de los gladiadores pompeyanos. A lo largo de las alas del pórtico y en el piso superior, se encontraban los alojamientos y locales de servicio para los luchadores. Durante las excavaciones, se encontraron en este lugar numerosos cuerpos de gladiadores y uno de los misterios que esconde la ciudad. Junto a ellos había una mujer adinerada, que portaba sus joyas.
Casas Pompeyanas. Existen en la ciudad grandes muestras de las residencias romanas de las clases pudientes de la época. Entre ellas destacan algunas como la Casa del Fauno, la Casa de Amaranto, la Casa del Poeta Trágico o la Casa del Menandro, una de las mejor conservadas. La casa pompeyana, al igual que en el resto del Imperio, tenía unas partes bien delimitadas. Se accedía a ella a través del vestíbulo, que conducía al atrio característico de la domus romana. Se trata de un patio cubierto con una abertura central en el tejado, que permitía la entrada del agua de lluvia, para ser recogida en el impluvium. Era el centro de la vida doméstica, acogía estatuas de antepasados y ofrendas a los dioses en el lararium. En él se realizaba la salutatio, en la que los clientes del propietario le mostraban sus respetos cada mañana. Inicialmente, las principales estancias de la casa rodeaban el atrio, como el triclinium o el tablinium, aunque con el tiempo se dispusieron alrededor del peristilo, un patio ajardinado y columnado, que se situaba más al interior. Las domus romanas también tenían cubiculum o dormitorios, cocinas, baños e incluso bodegas o despensas.
Termas. Se conocen cuatro termas en la ciudad, aunque las más destacadas son las Estabianas, divididas en una sección masculina y otra femenina. Contaban además con un sofisticado sistema de calefacción en el que el aire caliente circulaba bajo el piso y entre las paredes. Estaban compuestas por un vestuario, una piscina de agua fría (frigidarium), una sala templada (tepidarium) y de una sala muy calefaccionada (calidarium) con una bañera para agua caliente y de una fuente para abluciones con agua tibia. Además, había otros ambientes, algunos anexos al gimnasio y una gran piscina para nadar al aire libre.
Lupanar. Era el más importante de los burdeles encontrados en Pompeya y uno de los lugares más curiosos de la ciudad. Su nombre proviene de la palabra lupa, loba en latín, que era la denominación que los romanos daban a las prostitutas. Estas mujeres solían ser esclavas, por cuyos servicios el dueño del burdel cobraba un precio moderado a la clientela (se cree que oscilaría entre los dos y ocho ases). El edificio tenía dos plantas. La baja, daba acceso a los esclavos y las clases más pobres. Tenía un corredor y cinco habitaciones con una cama de piedra. Las paredes estaban cubiertas por pinturas con distintas posiciones eróticas, que permitían a los extranjeros que no hablaban la lengua local escoger sus preferencias de este catálogo tan gráfico. La planta superior se destinaba a una clientela más acomodada y se ascendía a ella por una entrada independiente. Las habitaciones, que daban a un balcón, eran más grandes y estaban mejor decoradas.
Moldes y restos humanos. A lo largo de las excavaciones han ido apareciendo huecos en la ceniza que habían contenido restos humanos. Al arqueólogo Giuseppe Fiorelli se le ocurrió en 1860 que estos huecos podrían rellenarse con yeso, para obtener un molde. De esta forma, hemos podido conocer con precisión cómo fueron los últimos momentos de los fallecidos en la erupción. Podrás encontrar estos moldes diseminados en varias partes de Pompeya.
Si te sobra algún tiempo después de recorrer estos lugares te recomiendo visitar la Villa de los Misterios, el Anfiteatro, la Basílica y los numerosos templos de la ciudad. Durante este paseo por Pompeya tendrás ocasión también de conocer los distintos negocios que se habían instalado en ella, sus calles y los sorprendentes pasos de peatones, que permitían a los ciudadanos cruzar la calle de acera a acera sin chapotear en la suciedad de la parte central de la calzada.
En este caso, nos resultará mucho más difícil degustar las delicias Pompeyanas de la época. Pero, si cierras los ojos, te invito a realizar un viaje de dos mil años atrás en el tiempo para conocer algunas exquisiteces gastronómicas. Un condimento muy apreciado en todo el Imperio Romano era el garum, una salsa elaborada a base de pescado en salmuera. A platos sencillos como pulmentum, una especie de papilla de harina de trigo, se sumaban otras recetas más complicadas a base de carne, pescado, verduras, frutas, frutos secos, miel o vino. Así, estaban la isacia omelata (una especie de hamburguesas hechas a base de carne, especias, piñones y mosto), lentejas guisadas con cilantro, pompaianus cibum (albóndigas de carne con alcachofas, vino y miel) o las tortas de aceite saladas. En cuanto a la bebida, la mejor considerada era sin duda el vino, reservándose la cerveza para ser consumida por las clases más bajas. También se bebía el mulsum, una mezcla fresca hecha a base de vino y miel.
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